Colombia: Algo de lo real que insiste
por Manuel Alejandro Moreno
Colombia es un Estado en falta, fallido en la tarea de garantizar el monopolio legítimo de la violencia[1]. La declinación de los significantes ordenadores, o su pluralización a escala local, ha traído como consecuencia sin sentido y pasaje al acto. Hace décadas presenciamos el advenimiento de suplencias del Estado, sin embargo, ninguna ha gozado de legitimidad suficiente; cada una se hace a adeptos ocasionales, por vía del terror o el clientelismo, pero el vínculo es frágil y cualquiera puede ser remplazado por otro en una danza acompasada por el uso indiscriminado de la violencia.
Más del 15% de la población ha sido víctima[2]. Es una tragedia que no se detiene, tiene un carácter de persistencia obstinada y se presenta como un real en la historia de nuestro país; insiste, no cesa de no inscribirse pese a los esfuerzos por ser regulado. Algunos de los esfuerzos de regulación están en la legislación sobre desarme, desmovilización y reintegración de excombatientes, así como de reparación a las víctimas. También en los intentos de negociación[3] política del conflicto. Son iniciativas para tratar lo real a través de recursos simbólicos como las leyes o los acuerdos de paz.
No obstante, a puertas de la firma de un acuerdo entre el gobierno nacional y las FARC[4], hay voces que recuerdan la insistencia feroz de la violencia. Por una parte, la oposición política frente a la posibilidad de un acuerdo de paz con las FARC. Su principal argumento es el desacuerdo con que los excombatientes cumplan penas alternativas, diferentes a la privación de la libertad en establecimientos penitenciarios, y en el futuro puedan participar en política. Pero también en los actores armados emergen resistencias. Dos frentes de las FARC han manifestado desobediencia frente a los acuerdos, y se calcula que por lo menos el 10% de su estructura militar optará por articularse a actividades de otros grupos ilegales en lugar de consentir con la desmovilización[5].
Lo real irreconciliable no cede en su imposibilidad de simbolización, sino que insiste en la reivindicación de goces particulares, alimenta la agresividad en las relaciones imaginarias, y en cada desacuerdo parecemos más dispuestos a eliminar al otro, para evitar el encuentro con la propia incompletud.
El psicoanálisis nos enseña que una paz posible no tiene como condición el borramiento de las diferencias. Allí en donde haya seres hablantes habrá lugar para el mal entendido. No obstante, un acuerdo de paz implica reconocer que las partes son actores con posibilidad de palabra, para la tramitación simbólica de las diferencias. Pero toda solución simbólica es insuficiente para agotar lo real inaprensible. Por ello, es preciso insistir en la búsqueda de alternativas singulares para tratar con los restos inasimilables del conflicto; que no encuentren camino para ser germen en una nueva arremetida de la repetición.
NOTAS
COMISIÓN CIENTÍFICA
Piedad de Spurrier, Maria Cristina Giraldo, Gerardo Réquiz y Clara María Holguín
COMISIÓN ORGANIZADORA
Responsables: Mónica Febres Cordero de Espinel, Mayra de Hanze y Elena Sper. Miembros y asociados de la NEL-Guayaquil
COMISIÓN BIBLIOGRAFÍA
Marita Hamman y Ana Viganó