Guerra y subjetividad
por Héctor Gallo
La guerra, sin importar si es entre Estados, grupos armados, comunidades, vecinos o hermanos, supone la introducción de una enemistad absoluta entre dos elementos y se produce, se desarrolla y mantiene, cuando es notable un apasionamiento por combatir al otro. En tanto este aspecto evoca el exceso, la palabra como elemento de mediación simbólica es vuelta impotente y con ello desaparece la reconciliación posible que detenga la violencia que se desata. Los elementos enfrentados en la guerra, buscan aniquilarse mutuamente sin importar los medios.
Entre las consecuencias psíquicas de la guerra, está que trae consigo un cambio de actitud ante la muerte. "La muerte no se deja ya negar; tenemos que creer en ella. Los hombres mueren de verdad",[1] y no por azar, ni aisladamente, pues se produce una espantosa acumulación de muerte. Esto hace que la vida se haga "de nuevo interesante", y que reciba "un pleno contenido".[2] La guerra introduce un plus de odio mutuo y de violencia, que cada vez tiende a inflamarse hasta el apasionamiento, de ahí que perturbe espantosamente el diario vivir.
Otra consecuencia psíquica de la guerra, es la sensación de profundo desamparo que implica, debido a la puesta en escena de un demasiado, un más de injusticia, arbitrariedad, sufrimiento, miedo, riesgo y devastación. Este plus se presenta en la guerra porque, como dice Clausewits […], entre los rivales se empuja cada uno "a tomar medidas extremas cuyo límite es la fuerza de resistencia que el enemigo oponga".[3]
Los elementos subjetivos anotados, definen el momento de urgencia colectiva desatada por la guerra. El apasionamiento que la guerra pone en acto por ser un acto de fuerza que va creciendo sin parar hasta el extermino o la rendición del enemigo, convierte, al menos en el caso colombiano, a la población civil en la principal víctima.
Lo contrario de la guerra es el amor, que encuentra su común medida en los actos de ternura. En la guerra y el amor se busca un sometimiento apasionado, pero mientras en la primera se quiere tener al otro al alcance de la mano para aniquilarlo, en el amor se quiere tener al otro para engrandecer su ser y volverlo amable.
El sin límite de la guerra es la pasión del odio, del amor es la palabra poética. Si en la lucha de los hombres los protagonistas son el sentimiento agresivo y el propósito destructivo de la pulsión, en el encuentro amoroso es la idealización del otro y la fascinación en su imagen adorable. Si el objetivo de la acción guerrera es destruir y someter al enemigo, el del amante es consentir al amado, hacerle creer que es portador de lo que añora como objeto de deseo.
El extremo de la guerra es la destrucción de todo, del amor es la dulzura y la delicadeza en el trato del objeto amado. La guerra puede llegar a ser considerada como un mal necesario, en cambio el amor es un bien fundamental para sentirse vivo. Sin embargo, en tanto no hay relación sexual, el brillo del amor puede desparecer y terminar en un apasionamiento tan aniquilador como el de la guerra. Aquí el espanto no será ya por la masividad de la destrucción, sino por la paradoja implicada en el hecho de que dos seres entre los que se ha producido una historia, pasen de cuidarse mutuamente a aniquilarse.
NOTAS
COMISIÓN CIENTÍFICA
Piedad de Spurrier, Maria Cristina Giraldo, Gerardo Réquiz y Clara María Holguín
COMISIÓN ORGANIZADORA
Responsables: Mónica Febres Cordero de Espinel, Mayra de Hanze y Elena Sper. Miembros y asociados de la NEL-Guayaquil
COMISIÓN BIBLIOGRAFÍA
Marita Hamman y Ana Viganó