El bibliocomentario de Elisa Alvarenga
"Una mirada, la de Beatriz, esto es, nada de nada, un parpadeo y el desperdicio exquisito que es su resultado: y hete aquí surgido el Otro que solo debemos identificar con el goce de ella, de aquella a la que él, Dante, no puede satisfacer, puesto que de ella solo puede tener esa mirada, ese objeto, pero de la cual nos enuncia que Dios la colma; e incluso de su boca él nos provoca a recibir su certeza.
A lo que responde en nosotros: aburrimiento (ennui). Palabra a partir de la cual, haciendo danzar las letras como en el cinematógrafo hasta que se colocan en una línea, he recompuesto el término: uniano (unien). Con él designo la identificación del Otro con el Uno. Digo: el Uno místico del cual el otro cómico, haciendo de eminencia en el Banquete de Platón, Aristófanes para decir su nombre, nos da el equivalente crudo en la bestia-de-dos-espaldas con la que imputa a Júpiter, desquiciado, la bisección; es muy feo, ya dije que eso no se hace. No se compromete al Padre real en tales inconveniencias".
Lacan, J., Otros Escritos, Televisión, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 552-553.
Cuando preguntan a Lacan, en la parte IV de Televisión, si, a partir del inconsciente estructurado como un lenguaje, no habría olvidado a los afectos, él explica que este inconsciente permite verificar más seriamente el afecto, que viene de la incidencia de la estructura significante en el cuerpo.
Delimitar los afectos como las pasiones del alma -como Santo Tomás nombra más justamente, de acuerdo con Lacan, a esos afectos- es para Jacques-Alain Miller una provocación de Lacan, destinada a apartar la teorización del afecto de la psicofisiología y de la psicología[1]. El sujeto es dichoso, sin sospechar que su dependencia de la estructura lo reduce a eso. Él se hace una idea de la beatitud que lo lleva bastante lejos para que él se sienta exiliado de ella.
Según Eric Laurent[2], la beatitud, en los textos de Lacan, es la beatitud del Otro como un todo, de Dios contento en su goce, no faltando nada. Eso quiere decir el Uno. El sueño de la beatitud del Uno es lo que provoca el aburrimiento, del orden del Uno que se repite.
Se sabe que Dante Alighieri ha nutrido, por Beatrice Portinari, un amor platónico durante toda su vida. Cada uno se casó según las reglas de la época, pero eso no cambió el amor de Dante, que quedó inconsolable cuando Beatriz murió. En el fragmento arriba citado, Lacan habla de cómo la contemplación del paraíso produce en nosotros el aburrimiento y este aburrimiento -ennui- es un anagrama de la palabra uniano -unien en francés-. Hacer Uno conduce al aburrimiento, que testimonia sobre la estructura.
La mirada de Beatriz, casi nada, su parpadeo, provoca un resto exquisito y hace surgir al Otro con su goce. Dante no la puede satisfacer; ella es colmada por el Otro goce, divino. El aburrimiento que resulta en nosotros es un efecto de lo uniano, con el cual Lacan designa la identificación del Otro con el Uno, identificación que está en juego en el Uno místico, Otro absoluto del cual no se puede decir nada, o en el Uno cómico de Aristófanes en el Banquete de Platón.
El poeta cómico nos cuenta en el párrafo 190 del Banquete, cómo los seres esféricos, completos, fueron castigados por Zeus, correspondiente griego del dios romano Júpiter, por su insubordinación: cortó a cada uno en dos, de tal manera que cada mitad, castrada, pasó a buscar desesperadamente su otra mitad. "Desde que nuestra naturaleza se mutiló en dos, cada uno ansiaba su propia mitad y a ella se unía. En el ardor de confundirse, morían de hambre y de inercia porque nada querían hacer lejos del otro, y así se iban destruyendo. Zeus tuvo pena de ellos y cambió su sexo de lugar, de tal manera que pudieran hacer pareja sexual. Así, el amor aparece como ese intento de hacer uno de dos y curar la naturaleza humana. Cada uno estaría entonces siempre en busca de su propio complemento.
En el Seminario 5[3], Lacan dice que la queja del aburrido de que "siempre es lo mismo" puede ser presentada como el deseo de Otra cosa, de otro goce, que no es lo que hay. El propio Freud, dice Lacan, cae en eso, imputando a Eros, en oposición a Tanatos, como principio de la vida, unir. El afecto que se produce a partir del intento de hacer uno es el aburrimiento, pues hay ahí un imposible de estructura, que obliga siempre a recomenzar. Eso se verifica en la neurosis en dos vertientes: en la histeria, el deseo de Otra cosa, en la obsesión, el intento de transformar al Otro en objeto despreciado, reducido al Uno.
"El aburrido con su llamado estúpido a un podría haber Otra cosa… se queja de lo que hay: hay de lo Uno … no hay de lo Otro"[4]. Esta perspectiva de lo Uno es desarrollada por Miller en Los signos del goce, donde distingue al Uno de lo Unario: El Uno del hábito, siempre lo mismo, del lado de lo universal, es aburrido. El unario es lo que hace Otro, lo que hace insignia, lo que distingue, del lado de lo particular.
Aburrirse viene de abhorrere, aborrecer, tener aversión a algo, horror. El aburrimiento -ennui- viene del latin inodiare, de odium, el odio. Me aburro, tengo odio a mi mismo, desprecio al otro cada vez que él no hace Uno conmigo. La cura del aburrimiento pasa entonces por el sinthome como principio de la diferencia, donde no hay relación sexual.
NOTAS
COMISIÓN CIENTÍFICA
Piedad de Spurrier, Maria Cristina Giraldo, Gerardo Réquiz y Clara María Holguín
COMISIÓN ORGANIZADORA
Responsables: Mónica Febres Cordero de Espinel, Mayra de Hanze y Elena Sper. Miembros y asociados de la NEL-Guayaquil
COMISIÓN BIBLIOGRAFÍA
Marita Hamman y Ana Viganó