Cesión de goce pulsional
por Patricia Badari (EBP/AMP)

Estamos en la época en la que podemos decir que el Otro es inconsistente, que está en declive, pulverizado… Pero, paradojalmente, nos enfrentamos más y más con el Otro forjado por la ley de hierro del sectarismo, que existe y puede tomar todo – la bolsa y la vida-.

¿Esto se debe al desvarío de nuestro goce? "En el desatino de nuestro goce, sólo hay el Otro para situarlo. Pero, en la medida en que estamos separados de él (…) no sabemos cuál es el goce a partir del cual nos podríamos orientar"[1].

Estos goces múltiples y desvariados fragmentan el lazo social y de ahí el llamado y principalmente, el triunfo de ese Otro que muchas veces se presenta como bárbaro.

¿Cómo es que un sujeto puede orientarse y hacer una elección más allá de ese Otro imperativo?

Más allá de su posición de objeto en la fantasía, de la fijación de un goce pulsional que lo lleva a la repetición sucesiva de su goce? Estas son, de cierto modo, preguntas "universales" pertinentes a nuestra época y que requieren respuestas singulares.

Sabemos que ciertas posiciones de goce pueden llevar a estragos cuando un goce devastador y una identificación al objeto deyecto no cesa de repetirse.

Recientemente asistimos a una escena que se ha tornado frecuente en la actualidad brasilera e internacional, el estupro colectivo de una joven de 16 años en la ciudad de Río de Janeiro y la peregrinación que ella precisó hacer para denunciar tal abuso, ya que ser víctima no es lo mismo que identificarse, como sujeto, a la posición de víctima.

La prensa y los psicoanalistas nada saben de este ser hablante, tampoco saben sobre su singularidad. No es un sujeto en análisis. No sabemos cuáles son las coordenadas de las condiciones de goce que la llevaron por ejemplo, a enamorarse, a tener relaciones sexuales con este o aquel hombre, joven o jóvenes, por separado o al mismo tiempo. Algunos argumentos apuntaban a que debería haber, por parte de este sujeto, la repetición de un circuito pulsional que la llevaba a una posición de desecho en la relación con el hombre y que había algo de un acontecimiento traumático de este sujeto reeditado en sus parejas. Sin embargo, desde una rigurosa perspectiva del psicoanálisis, nada sabemos sobre que o cómo ella era llevada a engancharse a los significantes amos ofrecidos por la cultura.

No obstante sabemos que la pubertad es un tiempo en que, más allá de los cambios en el cuerpo, ocurre, sobre todo, un cambio en lo que concierne al goce. Es el tiempo de un cuerpo que cambia y el de la confrontación con un nuevo goce. Momento, nada fácil, de la singular elección sexuada.

A pesar de que nada sabemos sobre esta joven de 16 años, o sea, de este hablanteser, podemos afirmar que hay una diferencia radical y jurídicamente establecida, entre el estupro y el hecho de que un sujeto, sea hombre, mujer, LGBT… adulta o adolescente, tenga sexo de forma consentida con una o varia personas, sean quien sean, separada o colectivamente.

Un acto sexual, con el consentimiento del sujeto, implica tener en cuenta que cada uno es responsable por su posición y por la elección de su destino, ya que el "aparente destino no es sino el encuentro contingente con un real del cual siempre deberá saber hacerse responsable".[2]

Por lo tanto, un acto sexual consentido, aunque implique un sujeto alienado a los dictámenes de su experiencia de goce, alienado al discurso social, es diferente del acto de estupro en el que falta consentimiento. En el caso de estupro, denunciar tal abuso ya podría ser una operación de separación del sujeto de ese Otro devastador y hacer hablar algo de lo que la pulsión tiende a silenciar. En ese acto de denuncia podrá estar el índice de una cesión de goce pulsional constituyéndose como un momento en que se podrá prescindir del Otro, sabiendo servirse de él, "dejando lo que concierne al delito del otro en las manos de la ley"[3].

¡Al César lo que es del César!